Que contendáis ardientemente por la fe...

Que contendáis ardientemente por la fe...

El apóstol Judas, hermano de Santiago y, muy posiblemente, hermano de nuestro Señor, vivió sus últimos años en los que el descaro y la herejía estaban impregnando la vida santa y común de la Iglesia. La fe primitiva que él había presenciado desde sus inicios, ahora se hallaba duramente bombardeada, y los agentes secretos del maligno habían posesionado la bandera del mal entre los dirigentes mismos de aquella Iglesia de fines de siglo.

Aquella Iglesia qué vio nacer después de la Resurrección, aquella Iglesia fortalecida en Pentecostés y aquella Iglesia fiel en las persecuciones descuidó su velar de atalaya y permitió que los rufianes disfrazados, aquellos lobos vestidos de ovejas, que no perdonan el rebaño, convirtieran la Gracia de Dios en un nefasto libertinaje. El mal que atacaba a los creyentes no venía de afuera, sino de dentro mismo de sus filas. Los enemigos eran los de la propia casa, y los pequeñitos estaban siendo confundidos por el veneno del error premeditado y la ideología anti bíblica.

Por eso Judas, en su profundo amor por el Salvador, y celo por el Evangelio esgrime la profunda exclamación en un grito de guerra para despertar a los dormidos, pero verdaderos, creyentes: “Me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos”

Ese es nuestra labor hoy. ¡Qué los creyentes se levanten a pelear por aquella fe que fue dada en el Calvario! Que los verdaderos discípulos se vistan de las armas de la luz, las cuales no son carnales sino llenas de poder celestial, y se propongan a derribar las fortalezas del enemigo, echando a tierra todo argumento que se levante contra el Evangelio y llevando todos los pensamientos cautivos en obediencia a Cristo, pues su Señor va delante de ellos y Él mismo los revestirá de su fuerza poderosa.

Que nosotros seamos el instrumento para despertar a los valientes del Rey, y que un día se nos pueda decir: ¡Bien hecho mi siervo fiel!

Es nuestro deseo decirte: Persevera hermano mío, persevera en la gracia y defiendo el Evangelio. Vívelo aunque te cueste la vida y predícalo aunque te cueste la muerte. Levanta tu voz en el desierto del mundo y prepara la Venida del Señor en este tiempo de escasez de la predicación bíblica. Endereza tus sendas.

La Gracia del Señor y Padre sea con todos ustedes.

Misión Clamor en el Desierto C.I.T.W.

martes, 16 de octubre de 2012

Prodigiosus Gratia



Admirable Gracia 
Que un día me encontró
En mi orgullo la rechacé
Pero ella resplandeció sobre mí

Fui invadido de amor
No pude resistir

Mi vida fue hecha pedazos,
Inseguridad me invadió,
Y esa Gracia vino y me abrazó.

Sorprendido por Su Amor, le juré lealtad,
Me declaré su siervo para siempre
Y la semilla de la esperanza y del amor
Sembradas fueron en mi corazón.

Crecen y crecen, profundas son sus raíces,
Y algún día saldrán
Como grandes y frondosos árboles,
Como cedros que cubren el Líbano.

Mi Amor por Dios, por el Amor será firme
Y nunca más seré abatido.



martes, 2 de octubre de 2012

Salmos Personales


I
No permitiré que el diablo alce su voz,
Aun cuando yo este en medio de los sepulcros.
El amor de Dios anunciaré
Y delante de la congregación alabaré su Nombre
No temeré a mi propio mal
Porque Él al más malo transforma,
Como a vasija de barro lo quebranta
Y nueva criatura lo hace

Como tinieblas cuando ven la luz
Así desaparecerá mi maldad a la Luz de tu Palabra.
No tendré miedo de escribir ni de adorar tu Nombre,
Porque para esto he nacido, mi talento es para reverenciar tu Santo Nombre.

Hijo de tinieblas fue mi nombre al principio,
En la oscuridad, a orillas del infierno mi destino.
Estaba forjado, separado de ti antes de nacer.
Pero a Tu Luz nací, cuando en el camino me encontré
Con tu Hijo Jesús.
En Tu Luz vine a encontrar gozo y alegría.
Y poco a poco, como a barro en manos de Alfarero,
Y como jardín en manos de Jardinero,
De mi fuiste sacando toda maleza.

De esclavo de la oscuridad, me llamaste.
Me convertiste en hijo de la Luz.
Me llamaste a ser martillo en contra de las tinieblas.

Aun estoy al principio del camino.
No puedo ver toda tu obra en mí,
Pero creeré, creeré que Tú terminaras tu plan en mí.
Creeré que seré fiel hasta el fin.

Aunque me vea con defecto,
Tú serás mi Luz, y en Ti me veré
Como a una estrella acabada, luminosa para tu propósito.

Destruye en mí la maldad, cámbiame, ilumina mi camino.
En el Nombre de Jesús enséñame a adorarte.
Seré alguien que vino de la rebeldía,
Pero en Ti encontró el placer de la sumisión.
Y seré tu esclavo por siempre

UNA FE BAJO FUEGO



Mártires en el Coliseo Romano


El fuego es muy importante para el desarrollo de la fe. Es más, sin fuego la fe queda sin fruto.
Mientras más leo sobre los grandes mártires y confesores del pasado, mi interior admira su inquebrantable fe, y al tratar de comparar la fe moderna y su fragilidad en contraste con la tenacidad de antaño, me doy cuenta de cuánto hemos perdido de lo que significa realmente ser cristiano. En mi propia vida, la pasión por el Señor no se equipara en ningún grado a la fe de Pablo, Policarpo o Atanasio. Estos realmente fueron grandes hombres de fe, y sellaron el testimonio de sus vidas con su propia sangre. ¡Qué maravilloso!
Al analizar sus historias, la curiosidad me guía a descubrir qué tenían en común estos héroes. De variopintas personalidades, nacionalidades o profesiones, el punto que los une es, a parte del gran Señor al que servían, su fe. No era cualquier tipo de fe, era una fe bajo fuego. En medio de las pruebas, esta fe era perfeccionada. Estos hombres vivieron bajo las más peligrosas adversidades, pero mientras más dura era la prueba, más preciosa era su fe. Su cristianismo creció en un ambiente hostil, pero ni aún así renunciaron a su Señor. No existían las comodidades y el confort, todo era difícil y sacrificial, pero la fe seguía siendo la misma. Y su testimonio los hizo dignos de entrar en la lista de Hebreos 11, y en mi lista de hombres a los cuales admiraré por el resto de mis días.
Nuestra fe y convicciones de hoy no son tan diferentes a las de nuestros antepasados espirituales, pero no presentan la firmeza de aquellos. Creo que sé por qué. Desde la época de Constantino, la fe cristiana fue evolucionando (o degenerándose desde mi punto de vista) en el confort, el prestigio y las riquezas. La iglesia entró en ámbitos que nunca soñó, pasando a ser una iglesia influyente, pero fue perdiendo un elemento que haría crecer su fe: El fuego de la prueba. Fue desprendiéndose de las enseñanzas antiguas para poder vivir de acuerdo a las exigencias de la sociedad carnal que la rodeaba, y al final murió. En la Reforma las cosas parecieron cambiar, pero de la misma manera, los reformados caímos en lo que condenamos de los católicos romanos: en la comodidad y la tradición. Alardeamos nuestra fe, pero cuando ella exige un radicalismo que nos puede costar las multitudes, un puesto a la vida misma, entonces sedemos, apelando a la misericordia y comprensión del Señor. Esto es un mal en el que yo mismo he caído. Somos expertos en vender a bajo precio nuestras convicciones.
¿Es que es difícil darnos cuenta? La fe sin fuego no crece, y lo que no crece está condenado a morir. No resuenan las palabras de Pedro cuando dijo “Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.” Solo una fe bajo fuego puede crecer. Solo cuando vienen las adversidades la fe muestra su genuinidad y fortaleza. Al estar bajo ataque, las convicciones muestran su hermoso brillo. Pero en estos tiempos no sobrevienen esos fuegos de prueba, y vemos que nuestra fe es raquítica en comparación con nuestros padres de antaño. Hemos olvidado la cruz, y hemos olvidado el galardón tras ella. Nos convertimos en aquello que juramos combatir, y ni siquiera nos damos cuenta de ello. Y solo hay una manera que el Señor nos enseñe ese tipo de fe que Él busca, enviándonos fuego, quitándonos nuestras comodidades y lanzándonos a los lobos. Sí, lanzándonos a los lobos. ¿Eso les molesta? ¿Acaso no está en tu corazón el deseo de mostrarle a tu Señor y al mundo que tu fe es verdadera? ¿Que no importa lo que hagan con tu cuerpo, cuánto te hagan sufrir, tu amor y fe por el Señor seguirán siendo las mismas, y serán más fuertes y firmes que antes? ¿No anhelas demostrar que Cristo realmente murió, y resucitó y que ahora está con el Padre y muy pronto volverá? Si es así, tu clamor será que el Señor te arroje a los lobos, que te arroje al horno de fuego, y así tu dependencia a Él crecerá. El éxito de los mártires no estaba en la tenacidad de su testimonio, sino en la dependencia ante su Dios. Y esta dependencia no hubiera crecido si su fe no haya estado bajo fuego.
Nuestros tiempos como iglesia realmente son deplorables. ¿Realmente queremos un avivamiento? Nunca ha habido verdaderos avivamientos si no han sido precedidos por el fuego de la persecución y la adversidad. ¡Nunca! Queremos en suceso, pero no anhelamos pasar por el proceso. Queremos el galardón, pero sin pasar por el sacrificio. Queremos un avivamiento, pero no estamos dispuestos a renunciar a nuestros lujos, casa, familia, cargar nuestra sentencia de muerte y seguir a Cristo. Y estás demandas son precisamente las cosas que hacen la fe que es como un pequeño grano de mostaza un árbol donde las aves hacen sus nidos. Debemos esperar que el Señor mande el Último Avivamiento, donde yo dejaré de ser cobarde y me convertiré en uno de los tantos paladines de la causa cristiana. Debemos prepararnos para el fuego de la prueba que se viene, y el avivamiento tras él. Ese es mi deseo.
Si realmente queremos marcar una diferencia para Dios, buscaremos una fe eterna, una fe firme, una fe bajo fuego.