Siempre ha sido una
intriga para mi corazón estas dos preguntas:
¿Por qué sufrimos los cristianos?
¿Por qué el padecimiento caracteriza la vida del siervo
de Dios?
Estas cuestiones se han
planteado con frecuencia miles de cristianos en todo el mundo, sin saber que
las respuestas a ellas les revelarían el espíritu mismo del cristianismo.
A través de toda la
Escritura encontramos que el ingrediente de Dios para capacitar a sus siervos,
o revelarles sus secretos, era el sufrimiento.
En sus inicios, Jesús
enseñó que el sufrimiento era parte de servirlo a Él y seguir Su Voluntad:
“Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la Justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados
seréis cuando por mi causa os
insulten, os persigan y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”
“Se les acercó un
escriba y le dijo: Maestro, te seguiré a donde quiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras
tienen guaridas, y las aves de los cielos, nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza”
“El que no lleva su
cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo”
Estos pasajes nos
muestra la clara percepción que tenía Cristo de lo que implicaba seguirlo a Él.
Jesús no escondió de todos sus seguidores de todas las épocas que andar en Su
Camino significaría sufrir persecución y desprestigio, vivir sin protección ni
descanso, y morir voluntariamente. El profeta Isaías, siglos antes de que el Salvador
del Mundo viniera a esta tierra, profetizó el carácter que tendría el Mesías.
Él escribió:
“Varón de Dolores,
experimentado en sufrimiento”
Este principio de su
carácter Jesús les enseñó a sus discípulos. Los apóstoles fueron testigos de la
vida y sufrimientos de Jesucristo y
recibieron el mejor ejemplo de su Maestro, quien les ordenó instruir lo que de
Él aprendieron.
Viendo el curso de la
Historia, yo me atrevería a decir que la Iglesia de la actualidad ha perdido el
significado de Seguir a Cristo, afanándose en teologías de prosperidad y en
recibir, recibir y recibir. El cristiano de hoy, al ver la dificultad y las
crisis en su vida, sin pensar deja el Camino, pues quiere todo lo que es fácil,
lo simple, lo que no cuesta. “Hay algunos
que tendrían a un Cristo barato. Le tendrán sin la cruz. Pero el precio no va a
bajar”.
Una vez un amigo me dijo: “Dios nunca te
va a dar lo fácil, sino lo que requiere esfuerzo”. La Escritura nos habla
de batallar y ser valientes para conquistar el galardón celestial a través del
sacrificio. Así como el apóstol Pablo dijo: “Porque yo ya estoy listo para ser sacrificado, y el tiempo de mi
partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual
me dará el Señor, Juez Justo, en aquel día...”.
Este es el tiempo de volver a las enseñanzas del Maestro, y entender por qué es
necesario el sufrimiento en la vida cristiana. Vital será para el pueblo de
Dios el saber que a nosotros nos es concedido, no solamente creer en Él, sino
también que padecer por Él.
La Palabra de Dios, en
la Primera Epístola del Apóstol Pedro, nos transmite este legado a nuestros
días, recordándonos el ejemplo de nuestro Gran Capitán, para seguir sus pisadas
y ser participantes de sus padecimientos.
¿Por
qué es necesario el Sufrimiento en la Vida Cristiana?
Para responder a esta
pregunta, la principal de este tema, es necesario considerar y comprender una
cosa:
El Propósito Divino
para las pruebas y padecimientos.
Esto nos responde la
pregunta y nos muestra cómo tenemos que estar preparados y consientes que Dios
no ha cambiado en sus expectativas y exigencias para con Su pueblo. Él es el
mismo ayer, hoy y por siempre.
El
Propósito de Dios para las Pruebas y Padecimientos
En su primera carta, en
cada versículo que aborda este tema, Pedro va lanzando el propósito que tiene
Dios para el sufrimiento.
Pero este tema no es exclusivo del apóstol porque, a lo largo de la historia,
los siervos de Dios fueron tratados y entrenados bajo ésta cláusula, la cual
muchas veces implica sensación de abandono por parte de Dios, de injusticia y
de frustración.
Vemos a hombres como
Abraham, Jacob, José, Moisés, David, Jeremías, y hasta el mismo Hijo de Dios,
siendo moldeados o tratados por la aflicción y el sufrimiento. Clive Stamples
Lewis, el reconocido apologista y catedrático en las universidades de Cambridge
y Oxford,
comentando sobre los sufrimientos del Salvador, dijo: “¿Abandona Dios a sus mejores servidores? El más leal de todos ellos
pronunció estas palabras al borde de su atormentada muerte: ¿Por qué me has
abandonado? Cuando Dios se hace hombre, ese Hombre, en el momento de mayor
necesidad, recibe menos ayuda del Padre que ningún otro. Aun cuando estuviera
en condiciones de explorar este misterio, yo no tendría el valor para hacerlo”.
Cristo fue el Sufriente
por excelencia, su experiencia fue basada en el quebranto, estuvo solo en su
hora más cruel, fue despreciado por sus enemigos y abandonado por sus amigos. Y
lo peor, fue rechazado por su Padre, padeciendo bajo su santa y terrible Ira.
Pero este fue el precio para ahora tener el Nombre sobre todo nombre, para
alcanzar lo
sumo. Y las Escrituras nos muestran que debemos seguir su ejemplo, ir en pos de
Él. Y debemos mirar hacia el dolor con valor y gozo, “y no
solo esto, sino que nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la
tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;
y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado”.
Con lo visto hasta ahora, podemos ver que somos expuestos
a las pruebas y el sufrimiento para
ser recompensado cuando Cristo venga por los suyos, para que seamos dignos de la honra y
recompensa que por Él serán dadas.
Una vez leí una pequeña
ilustración sobre la historia del Rey David que me hizo comprender la
importancia del sufrimiento en el siervo. Cuando en el relato se refiere a la
porción del don divino que él recibiría, se le dice a David: “debo decirte que se te ha dado algo
glorioso. Es lo único, en todo el universo de Dios y de los ángeles, que puede
cambiar el corazón humano. Sin embargo, ni siquiera este elemento de Dios puede
llevar a cabo su tarea ni crecer hasta llenar todo tu ser interior a menos que
este bien combinado. Tiene que ser pródigamente mezclado con quebrantamiento,
tristeza y aflicción”.
Esta breve historia nos
muestra que lo especial de Dios en David solo podría ser formado a través del
duro trato del dolor y quebranto, elementos clave que se observa en toda su
vida, desde que fue pastor de las ovejas de su padre hasta que se convirtió en
el mayor de todos los reyes de Israel y Judá. Uno de los periodos más
impactantes de su vida es cuando tuvo la oportunidad de matar a su cruel
enemigo Saúl.
Por derecho y justicia él podía hacerlo pero, ante Dios, David prefirió seguir
sufriendo al realizar el acto de bondad y misericordia al perdonarle la vida,
que matar a su adversario y convertirse en rey rápidamente. Él tenía todos los
puntos a favor y las justificativas para hacerlo, pero David sabía que Jehová
exigía más de él. Esto le acarreó el ser, por más tiempo, un prófugo de la
“justicia”, y llevar una vida nómada y sufrida. Esta es una hermosa analogía
para nuestros días de lo que Dios espera de su pueblo. Una vez más se nos dice,
como antaño se escribió: “Mejor es que
padezcáis haciendo el bien, si la voluntad de Dios así lo quiere, que haciendo
el mal”
y “lo que merece aprobación es que
alguien, a causa de la conciencia delante de Dios, sufra molestias padeciendo
injustamente, pues ¿qué merito tiene el soportar que os abofeteen si habéis
pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto
ciertamente es aprobado delante de Dios. Para esto fuisteis llamados, porque
también Cristo padeció por nosotros, y dejándonos ejemplo para que sigáis sus
pisadas”.
Otro de los propósitos del sufrimiento es demostrar si
somos capaces de permanecer en la
Voluntad de Dios aun en la adversidad y cuando las circunstancias se muestran a nuestro favor cuando ello implica
que debamos alejarnos de esa
Voluntad.
Una frase ha sido de
mucha influencia para mi vida, y es esta: “el
compañerismo más cercano con tu Salvador y tu tesoro, que jamás conocerás, es
participando de sus Sufrimientos”.
Esto es el anhelo natural y normal de todo hijo redimido de Dios. El exclamar
¡Usa mi vida redimida para lo que Tú quieras, donde quieras y como quieras! Y
este debiera ser un factor normal en el cristianismo, si realmente es
verdadero. Es como dijo un valiente hombre de Dios: “El único derecho que tiene el cristiano es el derecho a renunciar a sus
derechos”.
Llevar la cruz y seguir a Cristo, unirme a su destino, ser miembro de su carne
y de sus huesos.
Podemos negarnos a
cargar la cruz, pero “cuando caminamos
sin la Cruz, cuando construimos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin
la Cruz... no somos discípulos del Señor: somos mundanos; somos obispos,
sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor”.
Podríamos adaptar la frase de Francisco de Asís y decir que podríamos ser pastores,
líderes, evangelistas o misioneros, y con todo, el Señor nos dirá: “Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores
de maldad”
Miremos las Escrituras.
Ellas nos muestran que el dolor y el sufrimiento son partes esenciales del
cristianismo. El cristiano normal y corriente, si es digno de tener ese título,
sufrirá. Y ese era la meta de todo discípulo fiel.
El apóstol Juan
registra las siguientes palabras de Jesús: “Si
fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pro porque no sois del mundo, antes
yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece... Si me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán; si
han guardado mi palabra, también guardaran la vuestra”.
Mateo escribió del Maestro lo mismo: “Y
seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre”.
Pablo le decía a su amado hijo Timoteo que: “y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús
padecerán persecución”.
Los primeros discípulos consideraban el padecer por Cristo como el mayor
privilegio: “y ellos salieron... gozosos
de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre”.
El programa de discipulado de Pablo a las iglesias consistía en: “confirmando los ánimos de los discípulos,
exhortándoles a que permaneciesen en la fe, y diciéndoles: Es necesario que a
través de muchas tribulaciones entremos en el Reino de los Cielos”.
El mismo Pablo escribe su más noble deseo: “quiero conocerlo a Él y el poder de
su resurrección, y participar de sus padecimientos hasta llegar a ser semejante
a Él en su muerte”.
En esa misma epístola, Pablo le dice a los de Filipos:
“a vosotros os es concedido... que
padezcáis por el” y “haya, pues, en
vosotros este sentir que hubo también en Cristo”. Además este apóstol
documenta el diario vivir de los apóstoles del Cordero, dice: “porque según pienso, Dios nos ha exhibido
a nosotros los apóstoles como a postreros, como a sentenciados a muerte; pues
hemos llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres” y
luego dice: “os ruego que me imitéis” .
Los primeros cristianos
sabían lo que era ser un seguidor del Cordero. Muchos hoy en día hablan de que
el Señor Jesús murió para evitarnos el dolor, pero “el Señor Jesús no ofreció Su vida, ni derramo Su sangre para evitarnos
el sacrificio de nuestras vidas ¡De ninguna manera! Su sacrificio fue para
hacer el sacrificio de nuestras vidas posible y deseable.”.
El Gran Capitán de nuestra Salvación y sus leales seguidores de los primeros
días de la Iglesia lo dejaron manifiestamente claro. Ellos tuvieron el valor
que nosotros carecemos hoy en día. El cristianismo no ideó el sufrimiento, el
dolor o la persecución, pero este era el resultado esperado a su mensaje, y dio
el valor suficiente para soportarlo.
Esto es muy hermoso y
desafiante, aun para cristianos bebes como tú o como yo. Nos lleva a desear lo
mismo y a enlistarnos en las filas de los mártires y testigos del Cordero. Pero
Él mismo dijo que debemos estar conscientes del precio a pagar, ser discípulo
lo cuesta todo.
Jesús está en el
huerto, la Cruz está adelante. Él escoge los clavos, el dolor, la maldición y
la muerte. Pedro, testigo ocular de los dolores y las glorias de Cristo, dijo:
“Puesto que Cristo ha padecido por
nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien
ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que
resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino en la
Voluntad de Dios”.
En nuestros días,
escuchar o leer sobre esto pareciera algo extraño. Extraño digo, sólo para los
que no son realmente cristianos. El verdadero hijo de Dios tiene el deseo de
agradar a su Señor cueste lo que cueste. Pero el valor para ello no viene de
nosotros. Algunos hermanos no entienden por qué sufren, pero las palabras de
ánimo de la Escritura son: “Amados, no os
sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa
extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los
padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os
gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois
bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros...
si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dio por
ello”.
Este es el Testimonio
de la Escritura. La meta de todo cristiano verdadero es ser semejante a
Jesucristo. “El mayor bien que puede
obtener todo individuo es ser semejante a Cristo”
Entonces, las Escrituras enfatizan rotundamente que,
además de los ya vistos, uno de los
grandes propósitos del sufrimiento es el tener el honor de ser partícipes de los padecimientos de
Cristo, seguir su ejemplo y alegrarnos
de padecer por Él, como también el
ser testimonio de su Palabra al mundo.
El
Evangelio actual del No Sufrir
Escribí anteriormente que
la Iglesia ha perdido el significado de ser cristiano y seguir al Maestro
Redentor. Esto es por la clara enfermedad que se ha propagado en los distintos
círculos y denominaciones cristianas. Estoy hablando de la peligrosa y mortal
teología de la prosperidad, la cual consideraría repulsivo todo lo que acabo de
exponer de las Escrituras. Ellos hacen y deshacen con las Escrituras para
sostener su veneno mortal. Ciertamente estos predicadores entran en esta
categoría: "En nuestros días oímos
que los hombres sacan un versículo de la Biblia de su contexto y exclaman:
¡Eureka, Eureka!, como si hubieran encontrado una nueva verdad; cuando en
realidad no han hallado un diamante genuino sino un pedazo de vidrio roto.". Su
doctrina letal ha influenciado el cristianismo de los últimos cincuenta años,
gracias a Dios que Él mantiene un remanente fiel. Lo que lo hace peligroso es
que su enseñanza, como toda herejía, “tiene
gran similitud con la verdad”. Unos predicadores son disimulados, otros son
expresamente heréticos, todos adulteran las Escrituras.
1) Dios promete prosperidad y éxito material, a todo
aquel que cree con fe en sus promesas,
por lo cual cada creyente debe reclamar dicha bendición. La pobreza es falta de fe.
2) La enfermedad es producto del pecado, por cuyo motivo,
Cristo cargó "nuestras
enfermedades en la cruz" y por eso nadie tendría que estar enfermo. Si alguien padece enfermedad es por su
pecado y su falta de Fe.
3) Si ofrendas grandes cantidades de dinero para la
"causa" Dios te devolverá dicho
dinero "acrecentado" de acuerdo a tu fe.
¡Dios te quiere bendecir!
¡Dios tiene un regalo para ti!
¡Dios quiere solucionar tus problemas y prosperarte!
¡Dios quiere tu felicidad!
¡Dios quiere cumplir tus sueños!
¡Eres
hijo del Rey! te dirán ¡debes reclamar de Dios lo que es legalmente tuyo! Haciendo que
seas reclamador y no dependiente y sometido a la Voluntad de Dios. Te harán
sentir cómodos diciendo ¡Debes gobernar
todo lo que haces, Declara, tu palabra tiene poder! cuando esta nunca fue
la actitud de los cristianos en la Palabra de Dios, siempre fue la de humildad
y resignación obediente ante un Dios que es Soberano. No existe para ellos la
reverencia, sino el ¡Debemos ser influyentes!
Adulan a los hombres diciendo: ¡Eres
lo más especial para Dios, la niña de sus ojos, la fuerza que lo impulsa! No
se conforman al cristianismo de siempre, sino que afirman: ¡El cristianismo debe cambiar, basta de “religiosidad”, debemos adaptar
la Biblia a nuestra época moderna! No están conforme con los principios que
han regido al cristianismo histórico, fuente de la más fiel santidad al Señor.
Dicen: ¡Busca cosas grandes y sin
límites! Cuando las Escrituras dicen: “¿Y
tú buscas para ti grandezas? No las busques”.
Al explicar sobre la
pobreza dirían: “Básicamente, la pobreza
es el resultado del pecado”.
Pensamientos como este dieron origen a movimientos como “Pare de Sufrir”. Ellos
no consideran el sufrimiento como parte de la Voluntad perfecta de Dios.
A todas estas
barbaridades contesto: De los muchos títulos que recibe un cristiano, uno es
“hijo de Dios”, y otro es “esclavo de Dios”; tenemos los privilegios de un
hijo, pero los deberes de un esclavo. Un hijo y un esclavo no mandan y no
declaran, solo piden, se someten y obedecen. Si dejásemos de preocuparnos por
ser más influyentes y buscásemos ser más obedientes, nuestros problemas como
Iglesia se acabarían. Nuestro enfoque en la predicación nunca debiera ser
humanista, pero siempre cristocéntrica. Nunca en el Hombre, siempre en Jesús.
El Evangelio es estático y dinámico. Estático porque su significado original no
debe ser alterado ni transformado. Dinámico, porque debe ser transmitido y
difundido por todo el mundo a tal grado que afecte, impacte y cambie las vidas
de los seres humanos. El Evangelio no cambia, aún cuando el hombre y su
contexto sociocultural cambien. Y esto ¿por qué? Porque el Evangelio se mueve
dentro del contexto espiritual de los hombres, y esa situación en todo el mundo
es la misma: Todos los hombres pecaron y están destituidos de la gloria de
Dios. La Única respuesta para este problema es el Inmutable Evangelio de la
Gracia de Dios. Nosotros adaptamos nuestra época a la Biblia, no la Biblia a
los gustos de nuestra época. El Señor busca cumplir su Propósito,
no mis sueños egoístas y carnales. Si mis sueños surgen y se inspiran de la
Voluntad de Dios y su Palabra, veremos su cumplimiento, si no es así, no veremos
nada.
Un predicador dijo:
“El Evangelio de la
Prosperidad no es el Evangelio porque lo que hace es ofrecer a la gente lo que quieren como personas naturales.
No tienes que nacer de nuevo para
querer ser rico, y por lo tanto, no tienes que ser convertido para ser salvo por el Evangelio de la
Prosperidad. Cuando llamas a las personas a venir
a Cristo en base a lo que ellos ya quieren, 1 Corintios 2:14 no tiene sentido (el hombre natural no percibe
las cosas del Espíritu, para él son necedad).
Si le ofreces a la gente lo que ellos no consideran como necedad en el hombre natural, no estás predicando
el Evangelio. Y el Evangelio de la Prosperidad
ofrece a las personas lo que quieren como hombres caídos, se los dan y crecen iglesias, y eso exportamos
al África y a las Filipinas, volando en jets,
tomando sus dineros que usan para sus apartamentos de 3 millones de dólares. ¡Es terrorífico! Lo que
exportamos como Norteamericanos ¡No puedo creer
lo que tenemos en la Iglesia! Estoy en una cruzada para crucificar el Evangelio de la Prosperidad. ¡Odio el
Evangelio de la Prosperidad! Porque amo
la gloria de Dios. Entonces, porque tenemos a Jesucristo como un tesoro que lo satisface todo, glorioso, final,
alto, podemos gozarnos en medio de las persecuciones.”
Todo esto, comparando
lo que hemos visto en la Palabra de Dios y en la Pandemia de la Prosperidad,
nos debe llevar a hacernos estas preguntas:
¿Dios quiere que sea
feliz? ¿Dios quiere que sea rico? ¿La enfermedad no es voluntad de Dios? ¿Dios quiere
que sufra por Él o que reine y sea de influencia? ¿Y qué si Dios quiere
quebrantarme como lo hizo a su Hijo?
Dejo que las palabras
del pasado respondan. Una respuesta magistral, clásica y bíblica es esta:
“No creo que Dios
quiera exactamente que seamos felices, quiere que seamos capaces de amar y de ser amados, quiere que
maduremos, y yo sugiero que precisamente
porque Dios nos ama nos concedió el don de sufrir; o por decirlo de otro modo: el dolor es el megáfono que Dios
utiliza para despertar a un mundo
de sordos; porque somos como bloques de piedra, a partir de los cuales el escultor poco a poco va formando la
figura de un hombre, los golpes de su cincel
que tanto daño nos hacen también nos hacen más perfectos.”
Nos lleva a ser
conformes a la imagen de su Hijo.
¿Qué debería hacer un
cristiano real? ¿Buscar el cumplimiento de todas sus promesas aquí en la
tierra, o renunciar a ellas buscando mejor resurrección? Ciertamente, la
respuesta más sabia y cristiana es la segunda
Yo sé que Dios nos
protege y quiere nuestro bienestar, pero para mí es un ejemplo de vida
cristiana ver a muchos que por el Evangelio renunciaron a todo lo que Dios les
había dado. Se habla de prosperidad, de que Dios no quiere gente pobre ni
enferma, se predica de eso desde los púlpitos, pero se olvidan de miles que
mueren por Cristo, en pobreza, tortura y persecución. Ya no se proclama el
ejemplo de los mártires del Evangelio, ya no se dice: “Dios... ahora manda a todos los hombres, en todo lugar, que se
arrepientan”,
tampoco “el que en Él cree, no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado”
ni mucho menos “el que cree en el Hijo
tiene la vida eterna, pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino
que la ira de Dios está sobre él”,
se declara ¡Dios quiere bendecirte, quiere prosperar tus finanzas, quiere
sanarte! Palabras lindas y aduladoras, de las cuales todos tienen comezón de
oír, sin sufrir la sana doctrina.
¡Nada de renunciar a
todo por seguir al Señor!
Que contraste tan
marcado vemos en la mentalidad del cristianismo moderno. Por un lado,
encontramos a los pastores y ministros de hoy, disfrutando de sus lujos,
exigencias, riquezas y comodidades por causa del “evangelio”. Por el otro, los
apóstoles de Cristo, que por la Proclamación del Evangelio sufrieron hambre,
peligro, desnudez, persecución y espada.
¿Hasta qué punto
seguiremos alejándonos de nuestros inicios, de aquella Fe que una vez fue dada
a los santos?
Qué incompatibilidad
tan amplia entre ellos. Los “ricos y bendecidos” contemporáneos, y el Señor de
ellos, El Maestro que no poseía en que
descansar su cabeza.
Nuestra predicación
moderna le ha quitado la brillantez del cristianismo. El resultado es
lamentable. Antes había más mártires y menos apóstatas. Hoy vemos más apóstatas
y menos mártires. Hemos llegado a un punto
en el que no entendemos la conexión entre el cristianismo moderno y el
primitivo.
La “sociedad
eclesiástica” solo quiere recibir de Dios, pero no quiere darse a Dios en
sacrificio vivo.
Parecen más una burguesía eclesial que la comunidad de discípulos del libro de
los Hechos.
La
Joya preciosa del Sufrimiento Cristiano
El padecer por Cristo,
por su Voluntad y por Obediencia a su Designio, es una prueba en nuestra vida
de que lo amamos sin haberle visto.
Una demostración de que Él es precioso para nosotros.
Si no somos odiados
como dijo el Señor que seríamos, si no somos perseguidos, si todo nos va bien
en la vida, debemos preguntarnos si somos cristianos.
Si esto solamente es así, algo anda mal con nuestro cristianismo y con nuestra
predicación. Deberíamos decir “Predica de
tal manera que los que te escuchen si no terminan odiando su pecado terminen
odiándote a ti”
Como un pequeño
paréntesis, no quiero que se piense que estoy en contra de las bendiciones
materiales que nos proporciona el Señor, del suspiro y descanso que nos suministra,
del sustento y la provisión que su Amor y Gracia nos otorgan.
Pero si solamente vivimos en comodidad y confort, y si solamente hablamos de ello,
sin ser moldeados a la imagen de Cristo a través del yunque del dolor, si no
somos probados por todas las circunstancias para ver si estamos en la Roca,
entonces no somos cristianos. “... He
aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así
para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como
padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.
Sea rico o sea podre, si estoy en Cristo, es la Voluntad de Dios, y la Gloria
será para Dios por ambas bendiciones.
Es en nuestra debilidad
como humanos cuando reposa sobre nosotros el poder de Cristo.
Pero, no crean que yo
quede exento de esto. No piensen que he blandido la espada de la Palabra contra
sus pobres almas sin ser yo mismo confrontado y herido por el Señor.
Yo mismo vengo a ser acusado por esto, y esto me enoja mucho. Al principio dije
que estar dispuesto a sufrir era necesario para seguir a Cristo, y realmente lo
es. Pero confieso que a mí me cuesta demasiado. Entro en pesadumbre tan solo
con sufrir las pruebas leves, que son para mí beneficio me olvido lo que dice
la Escritura: “Porque esta leve
tribulación momentánea produce en nosotros una cada vez más excelente y eterno
peso de gloria”,
pero sabiendo eso muchas veces me quejo. Creo que la gran mayoría de los
cristianos hacemos lo mismo. El profeta Isaías nos dice que le damos a Dios la
carga de nuestros pecados, pero no le damos nuestra gratitud por su amor
inmerecido hacia nosotros.
Pablo, el gran apóstol
de los gentiles, el esclavo de Cristo, no vivió una vida como todos deseamos
vivirla.
Él murió como mártir, decapitado.
Cuando dijo: “Sed imitadores de mí, así
como yo de Cristo”,
creo que él estaba poniendo su vida como ejemplo común de lo que significa ser
un cristiano verdadero.
¿Por qué? ¿Por qué
permite Dios que sus siervos sufran? ¿Para moldearles el corazón? ¿Para ver su
fidelidad? ¿O lo hace Dios para que sólo lo tengamos a Él?
¿Tendremos envidia de la prosperidad de los malos como la tuvo por un tiempo el
salmista Asaf?
No me atrevería por mí mismo el contestar estas preguntas, solo Dios; y Él nos
ha contestado a través de su bendita Palabra. Es difícil, pero, aún así, en mi
corazón está el deseo de sufrir por Él. Es costoso para mí, pero está el deseo
que Dios colocó, y Él colocará el hacer.
Los Héroes de la Fe
murieron de forma horrible, pero en el cielo alcanzaron más allá de lo
prometido.
Un predicador dice: “El sufrimiento, para los seguidores de Cristo, es una señal de que Dios es su Padre”
La Escritura dice: “Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo; somos contados como ovejas de matadero”.
¿Podría yo salir de
este número de nobles testigos? ¿Podríamos tú y yo querer el galardón sin
sufrimiento, y la corona sin cruz? ¿Es posible que nuestro anhelo sea llegar al
cielo en un lecho de rosas y comodidades, mientras otros usan la maravillosa
Gracia
de Dios para sangrar y morir por Cristo?
¡De ninguna manera! ¡No
puedo desear algo así, es asqueroso e injusto! “Queremos abrazar, sostener, vivir y tener nuestra vida marcada por el
resplandor radical, la perseverancia radical, y asumir riesgos y sacrificios...
para considerar la gloria de nuestro tesoro”
“Si Jesucristo es Dios y murió por mí, entonces ningún sacrificio que yo
haga por Él puede ser demasiado grande”.
¡Si mi Señor murió por
mí, lo mismo haré por Él, todo lo que tengo es a Cristo! Quitar el sufrimiento
por Cristo al cristianismo es dejarlo sin brillo. El cristianismo no es
cristianismo sin sufrimiento.
Consideremos el
siguiente dato:
“Se dice que hoy
día hay más mártires cristianos que en el Imperio Romano. De acuerdo a un estudio realizado en la
Universidad Regent, en el año1999 fueron martirizados
164000 creyentes alrededor del mundo. Se estima que serán, martirizados 165000 en el año 2000”
Imaginémonos cómo
estarán las estadísticas actuales. “En
algún lugar del mundo, ahora, alguien está muriendo por su fe, y siempre ha
sido así. Estamos siendo asesinados todos los días”
Un llamado al honor,
esfuerzo y sufrimiento cristiano dice:
“Hombres, no fuimos
hechos para vivir como la mayor parte de los hombres ¡Fuimos hechos para luchar! ¡Fuimos hechos para esforzarnos!
¡Fuimos hechos para trabajar!
¡Fuimos hechos para conquistar! ¡Fuimos hechos para darnos para algo que es Eterno!
¿Qué mandato le dieron a Adán para
que haga? Salir y Someter, traer toda la Creación
en armonía con la Voluntad de Dios. Hacer todo su gobierno, todas sus cosas, dentro del contexto de la Voluntad de Dios.
Ahora vivimos en un mundo caído, que
vive en la oscuridad y la muerte, el reino del
maligno diseminado por todo el planeta. Usted y yo no fuimos llamados para jugar videojuegos. Usted y yo no
fuimos llamados para sentarnos frente a un televisor.
No fuimos llamados para darnos a bagatelas ¡Fuimos llamados a hacer avanzar un Reino! ¡Vivir con
Pasión! ¡Para luchar por Él! Y sólo, de vez en
cuando, bajar la espada y buscar una sonrisa.
¡Yo quiero pelear! ¡No quiero
comodidad! ¡No quiero facilidad en Sión! Porque el Reino de Dios no se construye por los que descansan fácilmente en
Sión, sino por aquellos que salen a la
calle a pelear. Y las armas de nuestra milicia no son carnales, son poderosas: La oración de intercesión, la
Proclamación del Evangelio y el Amor
Sacrificial.
Levántate oh Hombre de Dios ¡Haz lo
que fuiste llamado a hacer! ¡Se valiente y fuerte!
Y sé que te va a costar estar firme al lado de Jesucristo y su Causa ¡Pero, de esto se trata la Guerra! Hemos
recibido una Gran Comisión: ¡Hay un lugar
donde Él no es adorado! ¡No puedo dormir! ¡Hay un lugar donde Él no es adorado! ¡Esto es para lo que fuimos
hechos! Dejar a un lado nuestras pequeñas
causas temporales ¡Y darnos a esta Gran Batalla!”
¿Qué haremos? ¿Cuestionaremos
a Dios por lo que Él hace en su Soberana Voluntad y los usos que le da al don
del sufrimiento, o seguiremos sus pisadas por amor a Él y haremos lo que Él
hizo por nosotros en la fuerza del Espíritu? No nos olvidemos que Uno que era
el más Amado padeció por nuestro castigo, y la paga de nuestra paz fue sobre Él.
Las palabras del
apóstol traspasan la barrera de los siglos para decirnos:
“Haya, pues, en
vosotros el mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el
ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse,
sino que se despojó de sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en
la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz.
Por lo cual Dios también lo exaltó
hasta lo sumo, y le dio un Nombre que es sobre
todo nombre, para que en el Nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y
debajo de la tierra; y toda lengua confiese que
Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
Cómo
debo ahora elevar mi oración
Esta será, después de
lo leído, la intriga que reinará en nuestras almas. Es aquí cuando debemos
saber cómo orar.
Debo orar primero para
conocer la Voluntad de Dios en mi situación, sea esta de felicidad o dolor,
sometiendo mi vida a su Propósito, para no caer en las peticiones motivadas por
mis deleites carnales.
Debo llevar mi vida en comparación con la Palabra de Dios para hallar la
dirección oportuna.
Si en Oración y
meditación de la Palabra, comprendo cual es su Voluntad, y conozco que lo que
vivo es parte de su Designio, pediré consuelo, fortaleza, ayuda, gozo,
paciencia y sabiduría. Tal vez no entienda el Plan de Dios, pero si sé que es
para mí bien, no pediré que sea sacado de la situación actual. Puede ser que
esté con dudas o sin visión del perfecto accionar del Señor en mi vida, y mi
alma caiga en la desolación y la incertidumbre. Si desespero, pediré auxilio y reposo,
pero siempre deseando que se cumpla su Buena, Agradable y Perfecta Voluntad, y
aferrándome a las preciosas y grandísimas promesas de su Palabra. Tanto la cura
como la herida son parte de su inefable labor en mi santificación.
Él dará la salida en el tiempo oportuno, pero tú y yo debemos soportar, con
gozo, el tiempo presente. Cuando Él desee y lo vea beneficioso, sacará nuestras
almas del abismo del sufrimiento al campo de pastos fresco de misericordia y
verdad.
Le expresaré mis
anhelos, mis vacilaciones, mis quejas y mis flaquezas pero, como hizo Cristo,
siempre demandaré el cumplimiento de su Santa Voluntad. El Señor se deleita en
que expresemos nuestras peticiones, que lo importunemos en oración,
y que no abandonemos el clamor, pero siempre sometidos a Él. Esta sumisión
generará más confianza, y podremos esperar en el Señor, fiándonos que el
Sufrimiento tiene un propósito, y que los tiempos de alegría son tan buenos
como los de crisis. Sabrás “que a los que
aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados”.
Conclusión
Es un desafío para
nosotros ver el sufrimiento como parte del Propósito de Dios. El Cristianismo
siempre fue imponente cuando daba testimonio de Cristo con la sangre de sus
profesantes. Debemos ver el sufrir diariamente, ya sea por persecución,
enfermedad o discriminación, como una meta para demostrarle a Dios y al mundo
nuestro amor por el Cristo Crucificado y Resucitado. Y así, por el poder de su
Espíritu, ser testigos de su Resurrección.
Pero esta decisión
depende de cada persona. Este es un tema poco tratado en los círculos
cristianos modernos y populares, y también difícil de tratar, pero, para cerrar
esta exposición, reflexionemos sobre la siguiente frase:
“Aun los mejores
cristianos luchan con la pregunta: ¿Por qué razón un Dios Todopoderoso envía, o por lo menos
permite, el sufrimiento? Cuando le acosen pensamientos
como ese, debe decirse a sí mismo: Aún no me he graduado de la escuela elemental. Cuando me gradúe
de la Universidad de la Vida Cristiana, podré
comprender mejor sus caminos y las dudas cesarán”.
Debemos dejar de
considerar el valor de las cosas en esta tierra, y mirar el galardón precioso y
celestial. No ser como los demás hombres, anhelando cosas terrenales, prestigio
humano y vanagloria, viviendo como si esta fuese nuestra casa permanente; sino
busquemos el “ser humillados con el
pueblo de Dios”,
viviendo como Él vivió, andando como Él anduvo.
Sigamos a Cristo hacia la Patria Celestial, teniendo por recompensa el sufrir
por Él.
Hermano amado, la fe
siempre creció mejor en aprietos. “Jesús
les prometió tres cosas a sus discípulos: que serían totalmente audaces,
absurdamente felices y con constantes tribulaciones.”
Así que, ya sea que
estés sufriendo persecución de alguna clase (física o psicológica), que vivas
siendo despreciado, marginado, odiado, humillado o maltratado por tu fe en
Cristo; o incluso que el Señor, para formar tu confianza, mostrándote que Él es
lo único para ti, tu máxima posesión, y enseñándote que este Camino realmente
es Angosto, permita que sufras enfermedades, amputaciones, dolor, la muerte de
algún ser querido, que vivas con un mal incurable, que mires muchos problemas
de cualquier tipo a tu alrededor, o estés en pobreza, no te desanimes; tú eres
un creyente. Mantente fiel, para la gloria de Dios, sigue marchando hacia la
Ciudad Celestial, llevando en alto la Bandera de Cristo.
“Salgamos, pues, a
Él, fuera del campamento, llevando su vituperio; porque no tenemos aquí ciudad permanente, sino que
buscamos la porvenir”.
¿Estamos dispuestos?